16 dic 2010

Siempre desde muy chica me divertía con las pequeñas cosas que nos da la vida.
Tenía.. cómo es que se le dice? Diversión fácil.
Una de las cosas que me gustaba hacer era soplar las semillitas de la flor de diente de león.
Nunca pude entender su nombre, la verdad es que cuando la veo lo último que me imagino es un león y menos que menos su dentadura.
Cuando los soplaba mi mamá me decía que podía pedir tres deseos y si llegaban muy alto se iban a cumplir. Por supuesto que nunca se me realizó ninguno y poco a poco se me fue la ilusión de los deseos. Pero aún así me gustaba esparcirlos por todo el patio. Hasta que mamá se enojaba y obviamente me lo prohibía porque decía que le llenaba su jardín de yuyos. Yo, que no me daba por vencida facilmente lo hacía cuando no me veía y me gustaba imaginar que cada tallito era como un avioncito que tenía a miles de pasajeros (cada uno con su paracaídas) y que yo soplándoles los ayudaba a esos soldaditos a levantar vuelo y cumplir su misión donde quiera que fuese. Sentía que al hacerlos volar y desparramarse cada uno en un lugar distinto los estaba ayudando y que en algún lugar del mundo ellos me agradecían.
Sí, una demente.

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